domingo, 26 de marzo de 2017

60º aniversario del Tratado de Roma.




Hace 60 años, un grupo de estadistas empezó a construir una unión de paz y progreso. Hablaban lenguas diferentes, no pensaban igual, pero tenían una espléndida obsesión: unir y no dividir". El primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, encontró este sábado una expresión apropiada para intentar definir las últimas seis décadas y el sentido mismo de la UE: una "espléndida obsesión". La de una generación escarmentada por la destrucción que "llevó a cenizas 2.500 años de historia" y desesperada para encontrar la paz. Capaz de crear, de cero, una forma de avanzar, integrarse, de cooperar y crecer juntos. Un canto contundente y muy repetido contra "el nacionalismo" y quienes quieren partir el continente o sus partes

Los líderes, de los gobiernos y las instituciones, se han vestido de gala en un momento delicado. La Unión llega a su esperada fiesta por su 60 cumpleaños con un ambiente más de funeral que de aniversario. Herida por el Brexit, llena de crisis y dudas políticas. Fragmentada y polarizada por debates nacionales y conflictos fronterizos. En el mejor momento de la historia para cientos de millones de personas, pero con la sensación de que el proyecto político más ambicioso que jamás ha existido puede romperse en cualquier momento y por cualquiera de sus costuras.

Firma del Tratado de Roma (26 de mayo de 1957)
En la misma sala en la que en 1957 se firmaron los Tratados de la UE, los europeos,sin Theresa May, se han conjurado como los Horacios. Una renovación de votos, una ceremonia de refuerzo, un intento de demostrar que hay problemas políticos, económicos, geográficos, pero no un referéndum sobre la identidad común. Una agridulce experiencia marcada por la enorme y creciente distancia que hay entre la calle y los que manden, entre la emoción y gestos que piden o necesitan muchos ciudadanos y el corsé que se imponen políticos e instituciones.

Una escenografía antigua, un lenguaje y unas formas del siglo XX para un desafío del XXI. La Declaración de Roma es un mensaje sólido, pero muy a su manera. Es un papel que no será recordado, citado y admirado dentro de otros 60 años. "Actuaremos juntos, a distintos ritmos y con distinta intensidad cuando sea necesario, mientras avanzamos en la misma dirección, como hemos hecho en el pasado, de conformidad con los Tratados y manteniendo la puerta abierta a quienes quieran unirse más adelante. Nuestra Unión es indivisa e indivisible", dice el documento que debería dar base a un bloque indestructible.

Los líderes no han sido capaces de transmitir que la UE es tan buena como necesaria porque ha sido un éxito, porque ha traído prosperidad, paz y riqueza, porque el conjunto es mucho más que la suma de las partes individuales. Porque ha convertido en vecinos y amigos a quienes durante siglos se han odiado y combatido. La Declaración, los mensajes, lo presentan como un buen trato, un buen negocio. Un instrumento y no un fin.

Los líderes no quisieron empaparse ni contagiar a los miles de ciudadanos de todo el continente que han venido a Roma a manifestarse por el proyecto. Defendieron Europa, en su papel y en sus intervenciones, como la única vía posible y deseable, pero casi, al modo churchilliano, con resignación, como si fuera la peor opción, descartadas todas las demás. No se plantearon, ni por un segundo, caminar juntos, literalmente, con los europeístas llegados desde todos los rincones. Escucharon el Himno de la Alegría con respeto, pero se escucha el de un país extranjero.
En los discursos del sábado sólo los italianos, Gentiloni y el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, apelaron en detalle a la historia y al corazón, a veces a la épica. "Los líderes de hace 60 años tuvieron que hacer la elección más antigua que hombres y mujeres deben renovar: la elección entre el bien y el mal. Tras elegir el mal dos veces en dos Guerras Mundiales, escogieron el bien contra los demonios del nacionalismo", dice el primer ministro.

"Desde entonces hemos vivido 60 años en paz y libertad y se lo debemos a su valor".

Hollande (Francia), Iohannis (Rumanía), Merkel (Alemania), Rutte (Países Bajos) y Rajoy (España) posando para la foto familiar en Roma

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